El deseo de poseer una nave capaz de navegar por debajo del agua viene ya de tiempo atrás: la primera referencia procede del gran sabio griego Arquímedes. Se trata de una campana que, en posición invertida, se sumerge en el agua de forma que atrapa en su interior un volumen de aire proporcional a su capacidad.
El 1580, un oficial de la armada inglesa llamado William Bourne daba a conocer un diseño de un buque submarino provisto de una carcasa de madera revestida de cuero aislante, pero no llegó a tener gran éxito
¿Pero cuáles eran los principales problemas con los que se encontraban aquellos visionarios? En primer lugar, hacía falta conseguir que el submarino fuera capaz de volver a la superficie. En segundo lugar, era necesario asegurar que la presión del agua no aplastaría el submarino.
El problema de subir y bajar por el agua ya lo solucionó William Bourne en su diseño de 1580. El submarino de Bourne estaba equipado con unas bolsas que, a modo de fuelle, podían hincharse o deshincharse de aire para así aumentar o disminuir el volumen de la nave. Por otra parte el problema de la forma se solucionó al adquirir forma de torpedo. Esta última forma demostró ser la más acertada, pues la presión se reparte de forma equilibrada por toda la nave y permite una mejor movilidad bajo el agua.
A principios de siglo XX Isaac Peral, un inventor e ingeniero español consiguió aplicar estos avances para conseguir el primer submarino moderno
Por Sergio Pariente y Miguel Rojas